Un personaje que (cada vez más) nos trae recuerdos de nuestro «prócer» argentino.
«¡Hola, mundo!» era la frase que escuchaba de lunes a viernes, a las once de la noche, por Radio la Red. Empezaba hablando él. Campeón del Mundo en 1986 y Subcampeón del Mundo en 1990. Médico graduado que, con el tiempo, pasaría a ser un docente. Un docente que, al principio, era visto como un loco. Sin embargo, como buen perseverante que fue (y uso este término como consecuencia de su trabajo constante), dejó una filosofía de juego y, en muchos aspectos, de vida. Permítanme recordar algunos de sus millones de ejemplos.
1) Ir a entrenar de noche, en una plaza y con uno de sus arqueros: Eran los primeros pasos de Sergio Goycochea, en la selección de fútbol de nuestra querida Argentina. Y debía «aprender las reglas» del nuevo «planeta» en el que estaba. El gran capitán del conjunto, Oscar Ruggeri, ya le había avisado: «Que no te extrañe que Carlos te llame a la noche y te cite en algún lado». Y como decían por allí, el que avisa no traiciona. Jornadas más tarde, el mismo Bilardo se encargó de citarlo en una plaza. Al llegar a la misma, Sergio se encontró con autos (con las luces prendidas, iluminando el lugar) y parte del equipo. «Queremos saber si sabés atajar de noche» le había manifestado su reciente entrenador. No había que dejar pasar nada.

2) «Todos los días de semana, en los entrenamientos (de dos a tres de la tarde) hacía que el Bocha Ponce le tirara centros a Hugo Gottardi, para que cabeceara. Todos los días. Una tarde, fuimos a jugar a Córdoba. En medio del partido, Ponce tira un centro y Gottardi, de cabeza, convierte. A la mañana siguiente, leo en un diario: «Con un oportuno cabezazo, ganó Estudiantes». ¿Oportuno? ¡Hacía cuatro meses que los tenía todos los días, de dos a tres de la tarde, tirando centros a Ponce y Gottardi cabeceándolos!». Por algo, en La Plata, lo quieren tanto. Fue uno de los «padres» de una «gran familia» que formó. El tenía un método, que lo cumplía a rajatabla. Un método que tenía al esfuerzo, al sacrificio, y a la dedicación, como componentes emocionales principales.
3) Esta anécdota la había contado en una entrevista dada para el diario argentino llamado «Ámbito», hablando sobre los momentos de tensión. Si bien la recordaba, por escuchar sus programas, me parecía perfecto que pudieran ver cómo lo ha contado el mismo Carlos: «Sí, tuve momentos de tensión. Pero yo nunca me sentí presionado. Siempre, toda mi vida, me guie por un concepto que me dejó el doctor León de Soldati, jefe de Cardiología del Hospital Alvear. Una vez, éramos diez alumnos alrededor de un enfermo y el profesor me preguntó qué tenía el enfermo. Lo ausculté y le dije que el corazón estaba normal. Ausculta él y me dice: «Hay un soplo». Entonces, lo vuelvo a hacer yo y le di la razón, porque me dije: «Si éste asegura que tiene un soplo…». Acá viene la enseñanza que me dejó, porque De Soldati me responde que no tiene nada, que el paciente tiene un corazón sano. Y me agregó: «Recuerde que el enfermo es suyo y lo va a tener que defender usted». A partir de ese momento, dije: ¡Chau, decido yo! Escucho a todos. Pero el que decide soy yo». ¿Queda claro, con esto, por qué logró lo que logró?
Obviamente que comprendo las diferencias del fútbol con el golf. Son dos contextos absolutamente distintos y esa no es la intención de este artículo. ¿Y entonces? Sí, mi querido lector. Tengo respuesta a esta pregunta. Aquel que conoce la historia de Carlos Salvador Bilardo, sabrá lo que opinaban de él, antes de su proeza en México 1986. Piensen que le criticaban hasta la misma elección de Diego Armando Maradona como capitán del equipo. No es broma. Por algo se hizo la bandera de «Perdón, Bilardo». Su filosofía sigue viva, luego de más de 30 años.
En unos instantes arranca el Sentry Tournament of Champions, dando inicio a un nuevo año del PGA Tour. Y lo que parecía un cuadro surrealista, poco a poco, se va transformando en realidad. Los videos que filman los jugadores, acerca de la velocidad de pelota de Bryson DeChambeau, en el tee, son cada vez mayores. ¡Y pensar que lo ridiculizamos, cuando decidió aumentar peso en la cuarentena! Perdón, me corrijo, pensar que lo ridiculizamos cuando decidió jugar con palos de una única medida. Perdón, me corrijo, pensar que lo ridiculizamos cuando decidió, en una práctica, rociar las pelotas con agua, para practicar en condiciones similares a las generadas por la humedad matinal. Perdón, me puedo seguir corrigiendo durante mucho tiempo más.
Cuando lo vi con un paraguas inclinado, practicando putts, para que no lo moleste el viento, entendí la mentalidad ganadora de este chico. Un chico que al principio costaba entenderlo. Un chico que, poco a poco, empieza a marcar una nueva filosofía golfística. Ojo, esto no quiere decir que desaparezcan aquellos «pegadores de pelota», que priorizan la regularidad antes que la distancia. Es (simplemente) una nueva manera de ver las cosas. No es casualidad que muchos lo quieran y muchos lo detesten. No debería ser así, obviamente. Ahora bien, todo cambio (hecho de manera legítima) genera una cierta revolución, hasta que se va estableciendo. Y esta nueva filosofía llegó para quedarse.
Me hubiera gustado mucho conocer al querido Carlos Salvador Bilardo. También me encantaría conocer al «Mr. Increíble» del golf, como decidimos llamar afectuosamente a Bryson. Ambos hacen la docencia de la importancia que tiene el trabajo. Lo demuestran día a día. Hacen simple lo complicado. No es casualidad que sean mundialmente reconocidos ambos. Carlos ya tiene una trayectoria indiscutida. Bryson está yendo por ese camino. Un camino que lo hace a su manera, pero con rasgos similares (para mí, eh) a Carlos Bilardo, en sus inicios. No vaya a ser que, en un tiempo cercano, también tengamos que hacer una bandera, pidiéndole perdón al… ¿DISCÍPULO DEL DOCTOR?

Matías Miguel Torge
Handicap 54