El análisis de una jornada inolvidable para nuestro país.
«¡Hola mundo!». Así saludaba Carlos Salvador Bilardo (técnico campeón del mundo, en 1986. A su vez, subcampeón del mundo, en 1990), en su programa de radio. Sí: mientras varios empezaban a jugar con las primeras computadoras, yo me dormía con una radio. Pero antes de dormirme, lo escuchaba a él. Y escuchaba cuando Bilardo leía sus declaraciones en los diarios (de 1983), diciendo que Maradona iba a ser su capitán. Esa era una de todas las cosas que escuchaba. Todo eso hacía que investigue más y más (algo que ya lo hacía, anteriormente), siguendo su filosofía de vida, de manera inconsciente.
Revistas de «El Gráfico», con las historias de cada uno de los mundiales. Luego de eso, escuchar cuando «El Doctor» (en honor a la otra profesión de Bilardo) usaba como «psicología» a un hacha, en su nuevo terreno. Saber el mes de preparación del equipo de 1986, en el predio del América de México, para aclimatarse a la altura. Entender el hecho de respetar las famosas «costumbres», con la misma música, el mismo camino y los mismos semáforos. Y también aprender sobre el trabajo, hasta el más mínimo detalle. Allí podemos hablar de la colección de videos Betamax, con partidos del continente africano (por ejemplo y entendiendo las dificultades tecnológicas de ese entonces), buscando la intención de conseguir ejemplos de acciones típicas del fútbol. Allí también podemos hablar de la necesidad de ir un paso adelante con los esquemas (el famoso 3-5-2). Y allí también podemos mencionar hasta la preparación de los festejos de los posibles goles, para no sufrir la altitud. Me puedo quedar hasta mañana, contando las peripecias de alguien que marcó mi vida, en la manera de transitar y encarar las cosas.
Por todo esto, hoy recordaba el «¡Cómo no vas a querer esa cosa! Me mato por la Copa del Mundo». Bilardo entendía que un título mundial daba algo que no se podía conseguir con dinero: la gloria eterna. Ahora, para eso había que ser disciplinados, había que sacrificarse y había que saber «bailar», como esos tangos que engalanan la ciudad de Buenos Aires. Había que entender que había un Maradona que tenía sus virtudes, sin dejar de lado que solo cumplía un rol de los establecidos, distribuidos entre leyendas como Jorge Valdano, Jorge Burruchaga, Nery Pumpido, Oscar Ruggeri, «El Vasco» Olarticoechea, «El Gringo» Giusti, «El Negro» Enrique, «El Checho» Batista, «El Tata» Brown, el querido José Cuciuffo, el gran Pedro Pablo Pasculli (sin su gol, ese mundial podría haber tenido otro final) y otros tantos jugadores más (que no los nombro para no hacer extenso el relato, pero que quedarán en la inmortalidad). Había que seguir una idea, con convicción, con trabajo, con humildad, con coraje y con esa «cuotita» de suerte/picardía, que nunca hay que dejar de buscarla.
Todo lo que le estoy describiendo se hizo en 1978, con otro estilo totalmente antagónico (cuando no, en nuestro país), con un César Luis Menotti que siempre sostuvo que «un equipo de fútbol era una orquesta, en donde todos debían cumplir su tarea, para que esa pieza musical salga». Y todo esto se hizo hoy, gracias a un Lionel Scaloni que agarró un fierro caliente, después de un 2018 que fue una pesadilla. Un Lionel Scaloni que siguió estos conceptos a la perfección, a pesar de que la gran mayoría lo criticaba por su inexperiencia. Un Lionel Scaloni que buscó armonía, que nunca se engolosinó en los buenos momentos y que nunca se dejó invadir por las malas situaciones. Nunca se intimidó por lo que se decía. Confió en jugadores como Rodrigo De Paul, «El Huevo» Acuña, Alexis Mac Allister, Nahuel Molina, Enzo Fernández, «El Cuti» Romero, Nicolás Tagliafico, «El Dibu» Martínez, Nicolás Otamendi, Lisandro Martínez y Julián Álvarez (también aquí no nombro a todos, para no hacer el relato extenso. También todos quedaron en la inmortalidad), dándoles un rol. Y esto hizo que Ángel Di María se sienta más liberado para desplegar todo su talento, mostrando ese potrero y esa naturalidad para realizar sus tradicionales zancadas, que dejan a más de uno en ridículo. Y esto que hizo que salga a la luz la mejor versión de Lionel Messi.
La grandeza de Lionel Messi no solamente pasa por lo futbolístico. Lionel Messi es el mismo rosarino que nació en Newell’s Old Boys y solo le preocupaba jugar a lo que más le gustaba en el mundo. Sigue con su novia de la infancia, Antonella, y nunca deja a su familia de lado. Nunca deja a la Argentina de lado. De hecho, teniendo en cuenta su influencia, pensó en retirarse de la selección… ¡para no ser un problema en su país! Se preocupa por todos nosotros, sin necesidad de hacerlo. Trata de simplificar una vida que sería muy loca, para quienes lo vemos. Con esa simpleza juega al fútbol. Y esa simpleza también genera una perfección, desconocida para un pueblo que está acostumbrado a «endiosar» gente. Un pueblo que por primera vez, después de mucho tiempo, se dio cuenta que hay que «endiosar» a los valores. Ojo: no estoy diciendo que nuestra leyenda argentina no merezca el título de «Dios». El tema es que él mismo no lo quiere. Y él cumplió su sueño, gracias a que el resto de sus compañeros también hizo lo que tenía que hacer. Él está contento con sus compañeros y sus compañeros están contentos con él.
Cuando nos describen a los argentinos, no solamente se tienen que quedar con Diego Maradona y sus dos obras de arte, ante los ingleses. Argentina es el «Tata» Brown, desgarrando su camisa y protegiendo su hombro roto, haciendo un gol. Argentina es «El Fideo» Di María, emocionado por marcar en la final de un mundial. Argentina es esa corrida de Mario Alberto Kempes, en 1978. Argentina es un rechazo de «El Cuti» Romero. Argentina es «El Dibu» Martínez, consolando a Mbappé y al presidente de Francia. Argentina es la presión de un Julián Álvarez que vuelve loco a todos sus rivales. Argentina es «El Gringo» Giusti, ordenando a su equipo, cuando el adversario atacaba. Argentina es la alegría de Leopoldo Jacinto Luque. Argentina es el esfuerzo de Daniel Bertoni. Argentina es mi amigo Juan y su mujer embarazada, gritando los goles, con un amor incondicional. Argentina es esa pareja que va a la plaza principal de su ciudad, a desahogarse y después de un año tan luchado. Argentina es ese obelisco repleto de gente (más de 1 millón de personas), que no quiere irse y quiere que esto dure para siempre. Argentina es ese grupo de personas que, de repente, logró que la alegría de una abuela se difunda y se haga popular el hecho de festejar con todos nuestros abuelos, reconociéndolos por su trayectoria y por que este país sea un poquito mejor… Argentina somos TODOS. Y la unión de TODOS genera momentos inolvidables, como el que espero estarles contando bien.
En este domingo, el golf quedó a un segundo plano. Y ojalá esto motive para un regreso de una Copa del Mundo convincente, en el mundo del deporte que más analizamos (dentro de este espacio). No importó que Tiger Woods estuviera con su hijo Charlie, en el PNC Championship. Es que, por esta vez, pudimos comprobar que LOS TIGRES TAMBIÉN SON ARGENTINOS. El querido Carlos Salvador Bilardo (quien enfrenta la enfermedad neurodegenerativa de Hakim-Adams) ya lo había visto hace 36 años.
¡Hola mundo! ¡Y VAMOS ARGENTINA CARAJO!
Matías Miguel Torge
Handicap 54